Comprendo la “humildad estética”, como la colaboración expresiva entre el cuerpo humano y la tierra para la producción de objetos artísticos. Como he reiterado antes, la etimología de las palabras “humildad” y “humana(o)” parten del latin humus, que significa suelo o tierra. Humildad por ende es la condición cíclica de ser y devenir tierra, de reconocer el nacer y morir hacia ella. Es una palabra que se ha utilizado en la ética para señalar los comportamientos que se alejan de la pretensión de superioridad de una persona sobre otras personas, animales, plantas o cualquier otra cosa. En sentido estético, esta relación con la tierra se vuelve intencionalmente expresiva: quien la practica además de ser o reconocerse como tierra, busca hacerla o hacer con ella por medio de técnicas de creación artística.

  • Lo que no se acostumbra a tener en cuenta es que la partícula sánscrita ar, de la que deriva arte, se refiere originariamente a labrar, trabajar la tierra. De ahí tantos términos parientes o derivados de la palabra por medio de este prefijo ar: arar, arado, artesano, artero, arteria y, por supuesto, arte (...) ¿Qué significa entonces que nuestro “arte” tenga semejante etimología? Parece claro que si su origen está hermanado al acto de arar, su lejano significado es el de escarbar, remover, labrar, hurgar. Pero, ¿acaso no es arar un trabajo consistente en surcar la tierra, en imprimir o grabar en ella unos trazos mediante surcos con la intención de hacer que rinda, que produzca? (Salabert, 2012-1014, p. 2)

Pero si la tierra es la superficie de inscripción de esta acción que se hace con ella, y si, como se pregunta Salabert, esa inscripción consiste en el trabajo de surcar, imprimir o grabar para que produzca, ¿de qué tipo de producción se podrían encargar las prácticas estético-artísticas? Carlos Mesa que cita a José Luis Pardo, comienza así el capítulo preámbulo: El cuerpo del hábito (de contacto), en su libro Superficies de contacto. Adentro, en el espacio:

  • Poética remite a Poiesis, lo que puede significar producción, trabajo, imitación, falsificación, simulación, invención. “Trabajo»”: más bien labor: pero elaborar la tierra es labrarla, cosmetizarla, ponerle una máscara, un disfraz, teñirla de sangre o de sudor, hincharla de signos, duplicarla, esconderla, ocultarla, suplantarla. “Imitación”, “Falsificación”…: la tierra --la profunda, la natal, la primera, la mítica-- no proviene de un pasado remoto prehistórico o inmemorial cuyas huellas puedan rastrearse en los Mitos (Incluso deformadas por la realidad extra-mítica); la sociedad, a través de sus poetas inspirados, inventa su pasado como inventa su tierra natal: invención y producción, finalmente, pero no como creación ex nihilo, sino como retoque, recomposición, parcheamiento, disfraz. Y como retoque o invención que jamás encuentra su origen en el sujeto o en un sujeto colectivo voluntario y consciente, sino en los hábitos, en los hábitats, en los Espacios en los que nacen tanto los sujetos individuales como los colectivos... (Pardo, citado por Mesa, 2010, p. 19).

Hablamos entonces de una producción de hábitos y hábitats que se construyen por medio de la acción labradora de la tierra. Es decir, con un objetivo funcional de espacio hospitalario que servirá para desarrollar lo que entendemos comúnmente por la acción de habitar (dormir, comer, hacer, defecar, orinar, excitar, meditar, pensar, estar, transitar). Para retornar a la acción de habitar la tierra por medio de la práctica artística vayamos a esta dilucidación que hace Heidegger:

  • Al habitar llegamos, según parece, recién a través del construir. Éste, el construir, tiene a aquél, el habitar, como meta. Más no todas las construcciones son también viviendas. Puentes y hangares, estadios y centrales de energía son construcciones, pero no viviendas; estaciones de trenes y autopistas, presas hidráulicas y mercados cubiertos son construcciones, pero no viviendas. Sin embargo, las mencionadas construcciones están en el ámbito de nuestro habitar. Este ámbito trasciende estas construcciones, más a su vez no se reduce a la vivienda (…) Sin embargo, aquellas construcciones que no son viviendas quedan por su parte determinadas desde el habitar en tanto sirven al habitar del hombre. Así pues, el habitar sería en todo caso el fin que persigue todo construir. El habitar y el construir están relacionados entre sí como lo están fin y medio. Sólo que en tanto creamos meramente esto, tomamos al habitar y al construir como dos actividades separadas, y presentamos así algo correcto. Pero al mismo tiempo nos quedan desfiguradas las relaciones esenciales a causa del esquema fin-medio. Pues el construir no es sólo medio y camino para el habitar, el construir es ya en sí mismo habitar… ¿Qué significa pues construir? La palabra del antiguo alto alemán para construir, “bauen”, “buan”, significa habitar. Lo que quiere decir: quedarse, detenerse. (Heidegger, 1985, p. 1)

La construcción de una “Humildad Estética” comienza por reconocer la dimensión temporal-afectiva que transforma cualquier porción de tierra ya habitada o que espera serlo, en un lugar adecuado para la vida y la muerte. Tener una cuidadosa atención a los comportamientos, objetos o sucesos que se convierten en hábitos, que por repetitivos transitan rápidamente a un plano de lo desapercibido, de lo cotidiano. A veces esos hábitos mantienen una relación cercana con la tierra, por ejemplo, cuando la labor es el cultivo de alimentos, el trabajo obrero o fúnebre. Pero en otras ocasiones, se deben romper otros hábitos para darnos esa cercanía: al sembrar una planta, caminar descalzx o enterrar un cadáver. Son actos que por un momento cambian nuestra postura, para dirigirse hacia la tierra. Sin embargo, hay otro tipo de vínculos que nos conectan de manera recurrente, pero tal vez no nos damos cuenta, ya sea porque no cambian nuestra postura corporal o no alteran nuestras labores cotidianas. Es más, los compartimos entre seres vivos y orgánicos: nuestras excreciones.

Vuelvo a la etimología: la palabra “humana(o)”, no solo se refiere al latín humus, sino al latín anus, ano, que indica procedencia o pertenencia. Nuestros hábitos de excreción nos humanizan, nos recuerdan el tiempo y la materia que somos. Éstos se han tecnificado de manera compleja, a tal punto, que los ocultamos para olvidarnos de ese cordón umbilical, fragmentado, que nos va llamando a los suelos.

Agradecemos e idealizamos el alimento, pero rechazamos y satanizamos sus detritus. Este pensamiento también se ha extendido a los desechos propios de la cultura material en nuestras sociedades productivas. Los despreciamos tanto que ni siquiera nos encargamos de gestionarlos. Por el contrario, entre más lejos los pongamos de nuestra presencia, tanto mejor. Esto genera un desequilibrio existencial y ecológico desastroso: Si no vemos la degradación del recurso, seguimos imaginando que su extracción puede ser infinita, mientras se acumula en algún rincón del planeta o se esparce en sus aguas, homogeneizando la vida, porque eliminamos su biodiversidad. Somos animales conscientes de su propia muerte, pero no somos capaces de asumirla de manera responsable y, en cambio, nos deslumbramos con ilusiones de eternidad.

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Una niña encerrada en el baño de un piso alto, asustada y desnuda temblaba al mirar por todas las paredes que la rodeaban sin poder salir, de repente una mujer entró a un cuarto pequeño que lindaba con el baño, maldiciendo y pidiendo ayuda: ¡Qué me exorcicen! ¡Qué me exorcicen! Decía. La niña al oírle emprendió un rezo en medio del temor mientras la mujer gritaba y desgarraba su garganta… Luego de unos minutos todo pareció caer bajo un tenso silencio. La mujer abrió un pequeño pórtico. La niña al notarlo pensó que era la oportunidad para huir de allí, miró a la mujer y se acercó para darle un abrazo. La mujer embelesada cerró sus ojos y fue ahí cuando la niña salió del baño y saltó por la primera ventana que encontró.

Despertó con su cabeza enterrada. Sus ojos solo podían ver toda la descomposición de la tierra y luego de un breve momento de quietud decidió entregarse. Poco a poco, se sumergió con las lombrices. Para distraer a las personas, un ave voló en la misma dirección donde la niña cayó, todo el mundo imaginó que era ella y la vieron desaparecer a través del bloque.

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Sábado 14 de noviembre de 2020.

Salgo de un mundo onírico y lo hago a través de la podredumbre: me convierto en humus. Poco a poco la descomposición de mi cuerpo acelerada por las lombrices descomponedoras me revuelve con la negra tierra.

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En mis viajes infantiles recorrí paisajes tan animados como lúgubres. Recuerdo que cada seis meses viajaba con mi madre para visitar a mi padre militar donde fuera que estuviese. Nos gustabahacerlo en la noche mientras las luces fantasmagóricas aparecían como una película rapidísima por las ventanas. Cuando amanecía (el momento más importante del viaje) todo transmutaba; de repente aparecían árboles altísimos o llanuras imposibles de abarcar con la mirada, gallinazos volaban sobre el bus intermunicipal y ríos como aguapanela en movimiento intenso y rítmico marcaban el camino. Mis ojos fascinados se abrían como canicas a punto de salirse de órbita y hundirse al otro lado de la ventana. Al pasar las horas del viaje, aparecían las señales inmundas, era casi como pasar de un mundo a otro: colores de podredumbre y olor a cañerías inundaban la atmósfera. Todo parecía muerto pero había gente que podía vivir allí.

Pero luego de todo viaje llega el retorno. Desde mi nacimiento vivo en la promesa de una nueva tierra; mi madre tomó la decisión de comprar una casa en una zona de expansión urbana que luego tendría por nombre “Terranova”, una tierra entre una zona hundida de la parte llana de una montaña y la “quebrada del oso” al suroccidente de la ciudad. En ese lugar se formó poco a poco un barrio de gente muy adulta que pocas veces veía en la calle, lxspocas niñxs que había se fueron muy pronto y no logré tener sociabilidad contemporánea en mis años de crianza allí. A veces jugaba con personas más pequeñas pero la mayoría del tiempo en ese lugar jugué solx. Debí aprender a hacerlo en medio de dos estados que marcaron mi experiencia de vida en la “nueva tierra”: un predominante estado de aburrimiento y un estado de viaje. A mis días a veces les ganaba el tedio, pasaba largas horas dentro de la fortaleza que era mi casa con ventanas pequeñas mientras mamá trabajaba, mi segunda mamá atendía una tienda allí mismo, mi hermana estudiaba y mi abuela dormía. Miraba por la ventana y no lograba ver nada interesante fuera. Fue entonces cuando encontré el estado del viaje en mi cotidianidad con mis dos juegos favoritos: correr y explorar.

Corría para deformar la realidad visible con mis ojos en movimiento y exploraba el barrio en búsqueda del asombro, pero no era fácil mantenerlo. Lo fue cada vez menos cuando regresaba de los viajes con mamá. Esperaba con ansias esos desplazamientos, porque ella tomaba una actitud extraña cuando llegábamos a otro lugar: De repente su instinto protector disminuía y yo sentía plena libertad para explorar el nuevo territorio; recorría durante horas caminos desconocidos con mucha emoción, mirada fascinada e incertidumbre por perderme. Así sucedió en cada lugar al que ella me llevó. Pero también en cada regreso a Terranova, la nostalgia de esa sensación aumentaba para hacerme perder el deseo y el ánimo por jugar en esa tierra.

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En mis sueños, un millar de lombrices carcomía mi cuerpo jovial y sano para convertirlo en el vómito cruel de la materia. Lo más extraño es que no despertaba asustadx, quería volver y quedarme allí, pero en lugar de ello, corría a contarlo a todxs. Me miraron con desagrado… Sentí culpa. Nadie hizo un gesto distinto, casi se descompusieron del asco.

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En algún momento de la tierra:

Seguimos siendo animales de superficie. Seguimos mirando a los cielos. Seguimos muriendo lentamente hacia convertirnos en la descomposición más cruel, deforme y fértil de la materia.